sábado, 31 de marzo de 2012

71. Penúltimo capítulo. Eme.

Sábado. Las cosas han cambiado desde que escribí la última vez. Ahora mismo me encuentro en casa, sola, sentada en frente del ordenador, viendo por vigésima quinta vez el final de Six Feet Under. Estoy pensando en todo lo que he pasado, en todas las montañas que he tenido que escalar para ser la que soy ahora mismo. Las lágrimas por el precioso final de esta serie se mezclan con las lágrimas por los recuerdos. Lloro hasta que termina y minimizo la página. Abro el reproductor de música y suena 'Eme' de mi querido Leiva. Me tiro en la cama y miro al techo mientras suena la canción a todo volumen. Eme.. No puedo evitar acordarme de él, de mi 'eme' particular. Martínez. Hace casi cinco meses que dejamos de estar juntos.. Hace casi cinco meses que estábamos en esta misma cama, derrochando amor por todos los poros de nuestra piel. ¿Y ahora? Ahora no queda nada. Es duro verlo todos los días por los pasillos. Verlo feliz, verlo sonreír sin acordarse de la que era su rubia. Y recuerdo todos los momentos juntos mientras se me cae otra lágrima más. Nuestras peleas que terminaban en besos, nuestras caricias al despertarnos, nuestras miradas disimuladas cuando no podíamos dejar que nadie supiese que nos queríamos.. Y que ahora no quede ni un resquicio de ese amor se debe a querer ser siempre perfectos, a vivir siempre de manera rutinaria, a querer que él dejase de ser el chico inmaduro y mujeriego que siempre fue, a que yo me acostumbrase a hablar con Miki muchos días para contarnos qué tal todo.. Y él entonces se enfadaba, y yo también lo hacía cuando se iba de fiesta todas las noches y a mí ni siquiera me avisaba..

Acaba la canción y miro la hora. Las seis y tres de la tarde. Miro el armario y decido vestirme para ir a dar una vuelta. Cierro la puerta de casa al rato y salgo a la calle. Decido entrar en una cafetería sin darme cuenta de cuál de todas las que hay en Madrid era. Entro y pido un cortado. Me siento en la primera mesa que veo libre, pegada a la ventana. Miro por ella y de pronto me doy cuenta de dónde estoy. Caigo en la cuenta y miro alrededor. Mierda -me digo a mi misma- estoy en nuestra cafetería, en la que puede verse desde la ventana una peluquería china, en la que las sillas son las más incómodas de Madrid, en la que veníamos todos los días impares de la semana para tomarnos un par de cafés y hablar y no parar hasta que se hacía de noche. Y de pronto lo veo ahí, en la última mesa que está cerca de la ventana, de espaldas a mí, en la misma mesa en la que nos sentábamos juntos.. Mi 'eme'.

Pasan unos minutos y se que ahora es uno de esos momentos en que la protagonista de la película no sabe qué hacer. Uno de esos momentos en que puedo quedarme aquí sentada haciendo como si no lo hubiera visto, irme corriendo y llorar, o acercarme a él y decir cualquier estupidez que nos una de nuevo o nos separe para siempre. Y, extrañamente, tengo claro lo que tengo que hacer. Cojo mi taza de café cortado por la mitad con una mano y me levanto de una de las sillas más incómodas de Madrid. Decidida, camino hacia delante. Un paso, dos, tres, cuatro, cinco, seis y llego allí. Me mira con los ojos como platos y quieto como una estatua. Dejo la taza en la mesa, dándome cuenta de que ha pedido el mismo café con leche que siempre, y me siento en la misma silla de siempre. Me acomodo, cruzo los brazos apoyados en la mesa, me muerdo el labio superior y miro por la ventana, rezando para no llorar. Segundos después, tras darme cuenta de que no piensa decirme nada, lo miro a los ojos y todo se echa sobre mí. El cielo, las mesas de esta cafetería, la peluquería china de en frente, los recuerdos, sus ojos..

-La misma mesa de siempre, el mismo café de siempre.. -digo sin pensar con un toque de melancolía en mi voz.
-El mismo cortado de siempre, el mismo pintalabios de siempre.. -dice rompiéndome los esquemas.

Trago saliva y miro por la ventana. De pronto se me pone la carne de gallina.

-Oye si.. Si has venido a discutir yo.. Yo me voy. -dice con afán de irse.
-¡No! -suspiro- no sé a qué venido.. Entré por casualidad, te vi y..
-Te conozco y sé que tenías otras dos opciones, y por alguna razón has elegido esta.. ¿Me equivoco? -dice buscando mi mirada perdida en el fondo de la taza de café.

Lo miro y me echo las manos a la cara, desesperada. Él, contra todo pronóstico, habla.

-Estoy desesperado, Anna. Ya no sé qué coño hacer para que todo vuelva a ser como antes. He venido todos los días impares de todas las semanas desde que dejamos de ser lo que fuimos a esta cafetería. Venía, me sentaba aquí y me pasaba más de una hora con la misma taza de café, mirando por la ventana. Y todos esos días esperaba verte aquí, sentada en esta mesa, esperándome. Y no ha ocurrido. Y ahora puedes echarme en cara que tenía que haberte dicho algo, que tenía que haber sido yo el que fuese detrás de ti pero, ¿realmente las cosas se habrían arreglado si lo hubiera hecho?

Lo miré atónita. No me esperaba nada de que lo había dicho. Noté cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, y pestañeé un par de veces para no dejar que saliesen.

-Sabes que no, sabes que te habría dicho que las cosas no estaban bien, y esto habría ocurrido de todos modos.. -dije tragando saliva.
-¿Y por qué estás aquí ahora?

Me pensé la respuesta, y entonces me di cuenta de que sí que la sabía. De que la respuesta a esta pregunta la sabía desde que lo vi aquí sentado, hace apenas unos minutos. Lo miré con miedo.

-¿Y tú por qué has venido aquí todos los días impares desde que cortamos? -dije seca y tartamudeando.
-Yo he preguntado primero.
-Pero yo he sido la que he venido aquí a hablar contigo.
-¿Por qué no me contestas y punto? Sin miedos, sin obstáculos de mierda. Confía, ten ovarios y dime la verdad.

Cogí aire.

-Han sido los cinco meses más horribles de mi vida. Me los he pasado metida en casa, deprimida, sin saber qué narices hacer. Y ahora de pronto he venido aquí y la realidad me ha pegado en la cara. Me he acordado de cuando te reíste de aquel chino de la peluquería que salió gritando cosas que nadie entendía, de cuando te bebiste mi cortado y yo tu café con leche por error, cuando me dijiste que me querías un segundo antes de beberte el café entero de un trago.. Y me he dado cuenta de que nunca dejé de sentir todo lo que sentía hace cinco meses en la cama de mi habitación.

Me miró serio. Podía haberse levantado, podía haber sonreído, podía haberme ladrado cualquier cosa que me sentase mal. No hizo nada de eso y, como de costumbre, me rompió los esquemas.

-¡Mira a ese chino de ahí! ¡A saberse qué está diciendo! ¡Yo creo que la muchacha se ha ido sin pagar o algo! -y se echó a reír.

Sonreí. ¿Sabéis? Cualquier chica hubiera pensando que no le estaba importando una mierda todo lo que le había dicho, pero yo, en cambio, lo entendí a la perfección. Me eché a reír al compás de sus carcajadas. ¿Que qué había hecho? Me había hecho entender que nada había cambiado, que quería que las cosas volvieran a estar como antes. No sé si me quería del mismo modo que yo a él, aún no lo sabía, pero me quería, de algún modo lo seguía haciendo. Se levantó para ir a pagar y miré de nuevo a la ventana. Aquel chino de la peluquería de en frente se estaba besando con la chica que había salido corriendo de la peluquería. Y cuando terminó le acarició la cara, se agachó y sacó una caja con un anillo. Sonreí aún más fuerte que antes. Vaya, las cosas nunca son lo que parecen..

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